viernes, 30 de julio de 2010

El abuelo se empomó al perro

No lo conté nunca hasta ahora pero esto es verídico, lo juro por estos ojos que vieron lo que no conté nunca hasta ahora. El abuelo se empomó al perro. Quizás sea por eso que nunca volvió a tener una erección (el can digo, el abuelo murió al verano siguiente), quizás sea por eso que se le fueron cayendo los dientes uno a uno como pétalos de margaritas (me quiere, no me quiere) y dejo de callejear por las tardecitas y se dejo morir de pena (el abuelo digo, el perro todavía anda por ahí). Tampoco es que sea tan triste la vida del perro; aún corre a las palomas del parque y es capaz de manducarse alguna si esta lo suficientemente enferma o distraída y todavía tira tarascones a las personas con nariz ganchuda y sigue durmiendo al solcito en las noches de luna caliente. Tal vez no sea una cosa de causa y efecto, quizás el abuelo no tenga nada que ver, y simplemente se está poniendo viejo (ya saben, años perrunos) Pero hay un algo, un brillo que ya no esta.

jueves, 29 de julio de 2010

Como un revolver en la nuca

Hay dos frases que me llenan de pavor cada vez que las escucho. Una es: “Entrégame todo o te quemo, larga el celular y la billetera porque sos boleta”; esa terrible vulgarización de la dos veces buena “la bolsa o la vida”. La otra es mucho peor y nunca es pronunciada por un desconocido y pasa mucho más seguido, es casi cotidiana. Más tarde o más temprano un ser cercano y, quizás, querido nos escupirá la siguiente frase: “tenes que leer este libro, tomá.”

1. De interrupciones y bibliotecarios no videntes.

Ahí si que yo me cago en las patas. No hay un proceso vital que sea más íntimo, personal e intransferible que el de la lectura. Y subjetivo, sobre todo es subjetivo. ¿Por qué uno lee historia del tiempo a los quince años y Hannibal a los trinta y dos? ¿Hay una involución? Puede ser, pero no necesariamente. Borges decía que si uno empieza a leer un libro y transcurridas las primeras diez paginas le resulta tedioso hay que dejarlo inmediatamente, ese libro no está escrito para nosotros así sea el Quijote. No hay involución, es la subjetividad del proceso. El libro de turno es elegido por razones que hasta a nosotros mismos se nos escapan. Un libro nos es conveniente en este momento y mañana no y pasado quien sabe. La temática, el autor, el traductor, las ilustraciones y hasta el color de las tapas pueden determinar que elijamos tal o cual obra. Así de puntillosos somos.
Frente a esta realidad; ¿Quién puede ser tan soberbio como para decirnos “tenes que leer esto”? Los bibliotecarios por empezar. El servicio de guía de lectura es lo más parecido a la Alemania nazi que hay en una biblioteca y eso teniendo en cuenta lo mucho de instituciones carcelarias que tienen estas organizaciones. Pero esos seres mínimos creen tener una misión en la vida consistente en guiarnos por el camino del conocimiento. Son ciegos guiando a videntes, una manga de lisiados presuntuosos.
Pero no estábamos hablando de bibliotecarios sino de nuestros mejores amigos que son quienes con su cara de feliz cumpleaños interrumpen nuestra evolución bibliográfica. No vale enojarse, ellos lo hacen con sus mejores intenciones, creen hacernos un favor, han encontrado la obra que mejor nos conviene, la que los hizo pensar en nosotros, la que grita nuestro nombre. Pero flaco favor nos hacen interrumpiendo un proceso que se inició décadas atrás. Quieren introducir una manzana en una cesta de tomates. Ese libro llega a destiempo. Vamos a decirlo con todas las letras; es una amenaza que desencadenará una serie de sucesos perniciosos que finalizara, de seguro, en nuestra muerte. Porque si solo nos recomendaran la obra uno retardaría el encuentro con la misma hasta que se diera por sus medios naturales. Lo malo no es lo que se deduce de la primera parte de la frase en cuestión, la recomendación, el peligro aparece en la palabra que la cierra, el “tomá”; nos dan el libro, lo tenemos en la mano, irremediablemente lo tenemos en las manos. Nos han cerrado las rutas de escape.

2. La obligación de leer.
Seguramente el lector impaciente estará pensando “no lo leas y chau”. No es tan fácil, amigos. Esta opción solo es factible ante dos tipos de personas:
a) Las personas que uno desprecia. De hecho si uno no es un timorato directamente puede rechazar el libro; si uno es como soy yo puede guardarlo en cualquier estante durante un par de meses y luego devolverlo sin comentario alguno.
b) Las personas que uno quiere pero considera poco más que amebas (intelectualmente hablando). Aquí tampoco hace falta leer, uno ya sabe el mamotreto que tiene entre manos. El procedimiento es similar al de la opción (a) exceptuando un pequeño trabajo de inteligencia que hay que realizar con la intención de no herir al prestador. Imaginemos que nos pregunta si nos gusto, le diremos que si, pero no se conforma, quiere algún comentario sobre la obra. Nada más fácil, haremos una rápida y breve lectura de ojeo antes de la devolución buscando algo que se pueda citar, diremos por ejemplo: “me encanto la parte que dice “Y yo, anhelo acariciar tus manos de creador, y agradecerte porque nunca me preguntaste nada sobre mi vida y me enseñaste a confiar en la magia de este encuentro telefónico…”(1) ¡verdaderamente soy yo en persona!”. Listo, con eso no joden más.
El verdadero problema es que entre nuestras amistades no abundan los despreciables ni los estúpidos. No le podemos devolver el libro sin haberlo leído ni engañarlos con una frase cualquiera. ¿Pero porqué no le podemos devolver el libro sin leerlo? Porque nos quieren. Porque no importa lo perjudicial que sea lo que un amigo nos ofrezca, es nuestro amigo, y si nos da veneno veneno tomaremos. Están seguros que nuestras vidas se elevaran al realizar la lectura y no descansaran hasta saber que su misión ha tenido éxito. Recuerdo a mi querida amiga Sara Földes llamándome todas las noches, y mañana de por medio, durante el lapso de dos años para preguntar si ya había terminado de leer escupiré sobre vuestras tumbas de Boris Vian (obra que me encantó, por cierto). No tenemos mucho para elegir; se trata de leer o de perder amistades.

3. La opinión del otro.
¿Tan grave es la cosa como para que pueda afectar una amistad bien consolidada? Si, y de distintas maneras aquí somos malos si lo hacemos y malos si no lo hacemos, y les voy a explicar porque. Lo primero que podemos hacer es no leer el libro, pero en el apartado anterior dijimos que esto no es viable. ¿Que amistad puede resistir una actitud tan vil como la de no leer lo que alguien ha seleccionado amorosamente para nosotros? Alguien así no merece andar por la vida, no merece llamarse amigo de nadie, ni siquiera debe ser admitido como conocido, lo único que le cabe es el exilio en una isla remota.
Tenemos que leer entonces, pero un nuevo problema nos espera. No solo nuestra salud mental esta en peligro, quien presta un libro pone en juego una amistad. Y es que nadie presta un libro que no ha sido pedido porque simplemente le gustó o pensó que estaba bastante bien, lo hace porque ese libro ha impactado en su ser y, curiosamente, espera que pase lo mismo en el nuestro. Pero estas experiencias no son transferibles, no funciona así, nuestra única esperanza es que el libro sea lo suficientemente bueno como para poder alabarlo enfáticamente.
Otra vez, ¿es esto tan importante en una amistad? Otra vez sí. Dolina hace una diferenciación entre el trabajo editorialista y el artístico siendo el fin del primero el de persuadir y el del segundo el lograr que nos quieran.(2) Si el prestar libros es, como creo, un arte, el fracaso en la selección del libro es el fracaso de la amistad. Si en el momento de la devolución no hay nada trascendente que podamos decir de la lectura lo que estaremos diciendo con nuestro silencio es “no me conoces ni un poquito, no sabes quien soy y tampoco vos sos lo que yo creía que eras”. No se me ocurre como una amistad podría sobrevivir a esto.

4. Concluyendo.
Entenderán porque prefiero que me asalten a que me presten un libro. Lo ideal por supuesto seria sufrir el asalto inmediatamente después de recibirlo. Y que se lo lleven lejos, lejos. Porque cada vez que un amigo me presta un libro lo miro con ojos acuosos y lo abraso sabiendo que va a ser el último abraso. Pensaba hacer una conclusión larga y brillante, pero el tiempo apremia, debo internarme en los arrabales más sórdidos de esta ciudad en busca del revolver benevolente que se apoye en mi nuca y se lleve para siempre la mochila que contiene cierto libro de César Aira que me presto mi amiga Sofía. No se preocupen, sabemos que la muerte no es lo peor que me puede pasar esta noche.



(1)Sassone, María. 1999. Los martes a las 10. En El siglo por la ventana. SADE Tres de Febrero. p 99-100.
(2)Dolina, Alejandro. La venganza será terrible. http://venganzasdelpasado.com.ar/2010/07/28/la-venganza-sera-terrible-2010-07-28/ .